29 febrero 2012

3/07/09 . Repetir tres veces, gritando, mientras empujan tu silla para entrar al comedor

Subo al segundo piso de la residencia de ancianos,
las puertas del ascensor guillotinan el aire,
luego salgo de la caja, como su lengua,
a deglutir quince sillas de ruedas
y una enfermera auxiliar con acento argentino, Julieta,
que trata con afecto lo que les queda de vida.

¡Lolalá lolalá elegancia elegancia! ¡Devuélveme mi collar collar collar!
¡Fren fran frin!
repite Carmen cinco veces mirando fijamente a la recién llegada,
declamando el dictado de su demencia.

El enfermero Marcos llega acelerado,
en las manos un vaso lleno y una jeringa big size.
(Los nombres los sabe mi tía, que lleva dos años
 visitando a mi abuela de lunes a domingo).

Marcos, con piercings y el cuello tatuado con caracteres chinos,
introduce la jeringa en el engrudo del vaso,
tira del émbolo hacia atrás
y la inserta en la sonda que protubera de Juana
que parece ser la misma que prolonga su nariz
y se convierte en unos guantes de gasa,
no son los de Gilda porque le juntan los dedos
aunque cubran manos y brazos porque un nudo tosco al final.

Ella mira al suelo.
Yo creo que el sabor a vainilla del batido proteico le da lo mismo.

¡Para matarlos para matarlos,
para llevarlos para llevarlos,
metedlos metedlos metedlos!
dice Carmen, textualmente, con su voz de aguja,
mientras le empujan las ruedas para entrar al comedor.





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