19 noviembre 2010

Después de leer "Mal de escuela", de Daniel Pennac (o el amor en la educación)

Contado en primera persona, el libro Mal de Escuela es una suerte de memorias del escritor francés Daniel Pennac centradas en su etapa de estudiante y en su vida profesional como profesor de lengua francesa. Con una prosa ágil e ingeniosa, un sentido del humor desdramatizador, y una gran riqueza léxica articulada en tonos entusiastas y dinámicos, nos cuenta sus vivencias en las aulas que, de joven, le albergaron como zoquete y de adulto ocupaba desde la tarima del docente.

La nulidad, el cero a la izquierda, el alumno que no llegará nunca a obtener el título de bachillerato, el burro de grandes orejas sordas a cantinelas escolares desprovistas de sentido equino, la soledad del alumno que no comprende, su vergüenza: cuesta creer que el escritor brillante, que modula ante nosotros estos capítulos absorventes para cualquier interesado en el tema educativo, alguna vez fue el alumno nómada que recuerda, peregrino de fracasos escolares y centros educativos.
 Pero, todo hay que decirlo: Pennachionni no es un “Maximilien”.
“Maximilien” es el nombre con que en el libro se bautiza al adolescente de suburbio con aires chulescos que hace las veces de disruptor en el aula, o se sienta al fondo para ver pasar las horas sin importarle un comino la perorata que se proyecta desde el otro lado. Y, se me ocurre, que  "Pennacchionni" podríamos llamar, imitando la idea del señor Pennac, a todo hijo de buena familia que, experimentando serias dificultades académicas, es bautizado con el sambenito de "caso perdido” por parte de su familia y por muchos profesores con quienes topa, pero a la vez y paradójicamente es ávido lector de obras clásicas (es decir, textos enjundiosos cuya comprensión no es cualquier moco de pavo) y posee un talento intelectual oculto. Pennacchionni como un diamante en bruto criado en una mina de buenas condiciones materiales y sociofamiliares. Nada que ver, pues, con el hijo de la familia desestructurada y de bajo nivel socioeducativo, el adolescente en mayor o menor grado de desarraigo como secuela de la inmigración, que probablemente es Maximilien.

Así pues, el ejemplo autobiográfico de nulidad reconvertida a ejemplo ¿es invalidado por  la condición social de procedencia del zoquete-profesor-escritor? En parte sí. Pensamos: ¡oh, claaaaro! Tuvo a sus padres muy pendientes de él, en su casa disponía de las grandes obras de la literatura francesa al alcance de la mano y un ambiente al que imitar,  no como esos chicos que en casa solo tienen malos modos, lenguaje soez y empobrecido, televisión a todas horas, padres ausentes por jornadas interminables de trabajo o por abandono intencionado, referentes poco edificantes y ausencia de modelos para desarrollar el hábito intelectual y el aprecio de la cultura: las diferencias entre una familia negligente y una familia educadora.
 Sin embargo, y ahí radica el valor del libro, en pocas ocasiones tendremos la oportunidad de conocer de primera mano la experiencia de quien ha sufrido el fracaso escolar y se ha transformado en el polo opuesto: buen profesor. (Y nos fiamos de su propia palabra para creernos que lo fue.) Sabemos que transformaciones como la de Pennacchionni en Pennac son excepcionales, pero con agrado nos dejamos traspasar por su sensibilidad por ser alguien que ha conocido en su propia carne la problemática que describe, y por escribir bien.

Me ha gustado el libro. He disfrutado mucho de su lectura, y, si tuviera que destacar una sola idea sería esta: la mayoría de los profesores escurren el bulto, se pasan la patata caliente, se escudan en lo que otros no hicieron antes, en que la familia falla o en que el sistema no funciona, pero no actúan para solucionar la falta de nivel del alumnado. Plañideras de que no hay base, normalmente no se plantean atajar el problema y, si es necesario, empezar desde el principio. Más vale eso, empezar desde la base, que perder del todo a un alumno, parece decirnos Daniel Pennac. “Nunca es demasiado tarde para empezar de cero.” (Página 124)

 “La idea de que es posible enseñar sin dificultades se debe a una representación etérea del alumno. La prudencia pedagógica debería presentarnos al zoquete como al alumno, más normal: el que justifica plenamente la función de profesor puesto que debemos enseñárselo todo, comenzando por la necesidad misma de aprender. Ahora bien, no es así. Desde la noche de los tiempos escolares, el alumno considerado normal es el que menos resistencia opone a la enseñanza [...]” (Página 226)

¿Cómo llevar a cabo la tarea pedagógica?
En educación se habla de profecías autocumplidas, del efecto Pigmalión y sus consecuencias negativas, de etiquetas que deberían caer desde el principio por su propio peso, del voto de confianza en su progreso académico, en su crecimiento personal, con que el profesorado debe dirigirse siempre al alumnado bajo su tutela. De la empatía indispensable en una profesión que se desenvuelve en la relación de ayuda: no estoy ahí para hacer caer al alumno, o para quedarme impasible ante su desvanecimiento, estoy para sostenerle y acompañarle a lograr los objetivos promoviendo su autonomía en el aprendizaje y su competencia.
La frase con que termina el libro: “Una golondrina es una golondrina que hay que reanimar; y punto final.”

¿El método?        
El profesor Pennac no habla de TICs, es de otra época. De nuestros días trata el tema de las marcas comerciales con las que los adolescentes configuran su imagen que es tan importante como parte de su identidad a esas edades. (Del zoquete a secas al zoquete consumidor.) Las critica y no puedo sino estar de acuerdo en esa visión de la infancia y la adolescencia intrumentalizadas por lo mercantil, en este caso. En el libro se da el ejemplo de una clase en la que mediante un diálogo en gran grupo con el alumnado, intenta desmontar las convicciones de un alumno en este sentido, mediante las opiniones de sus compañeros. Vía libre al debate, a la intervención activa del alumnado y al intercambio de ideas: en este y otros ejemplos narrados en el libro el profesor conduce al alumnado hacia la refulgencia del saber, tallando ideas hasta lograr ese brillo epatante que deja la sensación del alivio por haberlo conseguido. ¿Haber conseguido qué? El “lo”. (pág. 99)
Dictados y memorizaciones. Dictados porque la lengua francesa es complicada ortográficamente. ¿Vigente en nuestros días? Rotundamente sí. Propone Pennac hacer un dictado de un lamento, encargar al alumnado con problemas de aprendizaje que redacten ellos el dictado siguiendo unas pautas (que tenga un demostrativo, un verbo pronominal...) que lo dicten, que dirijan la corrección. Es decir, hacer al alumnado protagonista de su aprendizaje, hacerle partícipe de la acción educativa.
Memorizaciones de textos literarios de manera que el alumnado mastique la lengua escrita hasta encontrar la fluidez de la emoción implícita, deleitarse con la variedad léxica, sortee con agilidad las estructuras sintácticas incorporándolas a su propio andamiaje lingüístico.

 ¿Y el método, entonces? No perderse hablando de métodos, no discutir sobre el método. Actuar desde el sentido común de quien, profesionalmente, lleva a cabo la reanimación de esos pequeños pájaros (dicho esto con, en algunos casos, o sin segundas lecturas).
El sentido común que debería guiarnos para establecer el horario de las clases, porque “las horas no se parecen” (Página 110) y no es lo mismo la mañana, que la hora tras la comida, o la que sigue a Educación Física. Me gusta su propuesta de acabar el día con una lectura:  no creo que haya mejor manera de preparar el tránsito de la escuela a casa que a través de una historia imaginada, compartida con toda la clase, una forma relajada y dulce de acabar la jornada escolar.

El aprendizaje significativo en Mal de Escuela está bien presente: El asalto a la gramática a partir de los errores del alumnado, de su manera de expresar desánimo.
Y la visión del profesor que decide desde el conocimiento de lo psicológico: “De ahí mi decisión de profesor: utilizar el análisis gramatical para atraerlos hasta el aquí, el ahora, para experimentar la particular delicia de comprender para qué sirve un pronombre neutro, una palabra fundamental que se utiliza mil veces al día, sin ni siquiera pensarlo. Era perfectamente inútil, ante aquel alumno encolerizado, perderse en argucias morales o psicológicas.” (Página 102)
O la transmisión de la idea de que todo es más sencillo de lo que a veces queremos ver. Se trataría de despojar a las situaciones en el aula de la capa nebulosa que es lo emocional, e ir a lo práctico y centrarse en el aquí y el ahora, sin sermonear al alumnado: “Los males de la gramática se curan con la gramática, las faltas de ortografía con la práctica de la ortografía, el miedo a leer con la lectura, el de no comprender con la inmersión en el texto y la costumbre de no reflexionar con el tranquilo refuerzo de una razón estrictamente limitada al objeto que nos ocupa, ya puestos a ello.” (Página 103)

Al joven Pennac le “rescata” un profesor que advierte sus habilidades para inventar excusas. Entonces le sugiere escribir una novela sin faltas de ortografía (recordemos que se trata de francés, mucho más complejo ortográficamente que el español), propuesta que el chico acoge con entusiasmo. Sin embargo antes de eso Pennacchionni ya era lector de “Andersen, Dumas, Tolstoi, Dickens, Emily Brönte, Stevenson, Wilde, Dovstoievski, R. Barthes...” y ese apetito lector, me temo que harto difícil de encontrar entre cualquiera de nosotros a esa edad, o a otra, como entre los adolescentes de hoy en día, no fue detectado por ninguno de sus profesores y por tanto no le reportó beneficio escolar.

Finalmente, destacar la frase del libro “la escuela la hacen los maestros”. Estoy completamente de acuerdo y es responsabilidad del profesorado, su deber, no proyectar un porvenir de su alumnado a partir del presente  sino creer firmemente, y actuar en consecuencia, en que es posible  conseguir los objetivos educativos y lograr el rendimiento satisfactorio de cada alumno, enseñarle a jugar con el saber, promover su superación personal, y contagiarle, desde el respeto y el cariño, la pasión por la cultura y el aprendizaje.

16 noviembre 2010

Si empezar otra vida fuera posible

 El otro día leía la columna de un periodista llamado Pedro Simón, que recibió este año el premio Derechos de la Infancia de Periodismo, en la modalidad de prensa escrita, concedido por el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid y la Asociación de la
Prensa de la capital de España. En su columna decía algo que me hizo pensar
 en una maldita película de terror:
 "/.../ Me lo contó en octubre Miguel Llorente, delegado del Gobierno contra la Violencia de Género, que sabe de chicas muertas y de palabras vivas: 
Un hombre apuñaló un día a su mujer en el comedor.  La hija , de trece años, oyó ruido y se acercó. Mientras el padre mataba, le gritaba a la hija que fuera a por otro cuchillo, que se le había roto. Y la niña, paralizada, fue a por otro cuchillo. 
El padre siguió apuñalando a la madre y se le volvió a partir por segunda vez. Así que volvió a mandar a la hija de nuevo a por otro cuchillo. Cuando la encontraron tenía más de 80 puñaladas. /.../"






El video es de Jacob Cooper, y merece la pena tener la paciencia de verlo entero.

No me gustan las películas de terror, este video no lo es, porque sé que son verdad. Lo que una mente es capaz de proyectar otras manos lo llevan a cabo. No son nada originales esas películas, me dan miedo y pena a la vez, porque la mente humana debería ocuparse en construir presente, no en salpicar inmundicia de manera gratuita. 
No son originales, decía,  ni siquiera en el mundo de alguien que vive ahora por aquí,  alejado de guerras tribales, conflictos balcánicos y campos de concentración.  
Que les pregunten, por ejemplo, a las almas de las 488 mujeres muertas desde 2003 en España a manos de sus parejas o exparejas. ¿Te parecen originales las películas de terror, amiga?
Que les pregunten a los hijos que presenciaron esos asesinatos.

04 noviembre 2010

menos mal que en mi casa nunca están afilados







coso versos
bien o mal
porque se me da mejor
el aire
y como muestra no hay botón
sino mi poca pericia en el manejo 
del cuchillo:

siempre sale algún dedo mal parado





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