Dudas ramificadas como árboles inmovilizaron mi voluntad durante un buen rato. Algo me decía que los seres de aquella isla eran algo más que lo que sus apariencias dictarían ordinariamente, Lechuza y Ardilla podrían estar planeando algo sobre el techo de mi casa-árbol, incluso los objetos podrían conservar el hálito de la vida subyacente a su materia prima: ¿y si las patas vetustas y leñosas de mi cama cobraran vida?, ¿serían mis piernas lo suficientemente ágiles para zafarse de su abrazo indeseable? En el instituto conseguí estar exenta de gimnasia para librarme de las carreras, así que mejor no imaginar la urgencia de una fuga por mis propios medios.
Seguí pensando en situaciones que me pusieran los pelos como escarpias y el estruendo de una tromba furiosa de lemmings me asaltó desde mis miedos más infantiles. Afortunadamente la altura a la que me hallaba me hacía sentirme a salvo de esa eventualidad.
Inmersa en el masoquismo de futuribles que podrían dejarme sin válvula respiratoria, recordé que al pie de la escalera que contorneaba el tronco de mi árbol yo había dejado la tarde anterior un enorme huevo de avestruz irisado, joya preciada donde las haya entre los de mi especie. Decidí que ya estaba bien de meditaciones sin trascendencia y bajé los nosecuántos metros de sequoia hasta vislumbrar la alhaja ovoide en su sitio.
-Claro que seguía allí, porque si no ¿cómo habrías leído la inscripción? La combinación única del rocío y luz de la isla la hizo visible.
-Sí, Ardilla, y decía: "La montaña se mantiene y, sobre ella, el fuego que funde el hielo".
-Sin embargo, Nerwen, sabes que al igual que yo lo único que planeaba era asistirte cuando lo necesitaras, hundiéndote en el océano de tus dudas tuviste un descuido que podría haber volatilizado la trayectoria prevista de los acontecimientos: estuviste a punto de leer la nota de Hepburn demasiado tarde.
-Así fue. Arrodillada ante la perla macrosómica empaticé con las miles de lágrimas de nácar derramadas y fue entonces cuando la nota cayó de mi bolsillo. Recordé que debía leerla, y allí estaba la lista de nombres. Subí con premura a mi refugio porque entendí que su lectura era una invocación, y no tardarían en llegar: la primera fue Nimue, la Dama del Lago, hada de una isla donde no existe ni invierno ni dolor. Se acercaba deslizándose sobre el humus de la tierra sin apenas rozarlo, dejando una tenue estela de fulgor en el camino. Casi al tiempo llegaron, todos desde puntos diferentes, Prometeo, Señor De la Vega, P.Chincoa, Marcela, Jorge, anónimo, Caminodelsur. Llegaron y se situaron en la forma exacta del círculo previsto. -Por supuesto, Ardilla fiel, para eso traje el huevo hasta aquí.
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