Yo llené vasijas transparentes con el orgullo de una vieja mujer de mi sangre
para colmar el don de la división celular
que como ser vivo
recibiste.
En el hospital
(suele pasar con partos y lactancias)
se torció la natural
evolución de las cosas
por esos protocolos a medida de una urna.
Allí me vendaron los pechos
(como a una mujer que quiere ser un hombre)
accedí a tragar la fórmula
(que los hizo derramarse hacia un desagüe)
secándose aparentemente
las lágrimas encharcándome los pies.
Mientras,
sin yo saberlo (¡oh gracias!)
Madre Tierra se apiadaba de mí
armando con mis sales
un regalo de tozudez nutricia.
A los siete días volvimos a casa,
tú tan pequeña
demasiado separada de mi cuerpo
cosido en el vientre.
Quería volver a transfundirte, mi amor,
de mis adentros a los tuyos.
Sin intermediarios
me ofrecía a tu boquita pedigüeña.
Fuiste agarrando los instintos. El primer indicio
de mi leche en tu labio
se fijó en la comisura de los míos,
aún puedes verlo en mi sonrisa, mi amor.
Yo llenaba vasijas transparentes,
ofrecidas a ti, mi cosita divinidad,
mientras tu bisabuela materna,
tu tercera madre por vía láctea, decía que
mi leche era tan buena que le parecía de oveja,
haciéndome reír
(extremeña, añadía yo,
como era ella al cien por cien, como tú al veinticinco).
3 comentarios:
Qué bonito poema... Y que sensación tan bonita debe de ser :)
¡Qué bellísimo poema, qué honda experiencia vivificadora!
Gracias por rescarlo del archivo. Felicidades siempre.
Maravilla ♥️
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