12 diciembre 2010

A Santi




A SANTI

Su padre de tanto en tanto enjuga el cristal
los ojos clavados en el rostro inmóvil
                          la incredulidad sospecha lejana esto no puede ser cierto
la barbilla temblorosa.

Tú lejos ya para siempre
tan real tu tez piel amarilla el color de las estrellas de esta tarde
de diciembre aciaga
titilan ajenas a este sufrimiento
que nos has dejado
para dejar atrás el tuyo.

Todos van viniendo
los compañeros del club ciclista, tus amigos, tus vecinos
aquí tu familia tu madre
que está de acuerdo en que
                          esto no es ley de vida.
Porque un cuerpo joven no debería ennegrecerse por dentro,
hacerse poroso a la muerte,
ni ser rodeado de flores rotas.

Las flores solo se regalan a los hombres
cuando ya no pueden ver correr a sus hijos
de nueve y tres años
                       y ahora Bego está contando que ha pensado en llevar al mayor al funeral
                       para que sea partícipe de un rito de despedida.

Al día siguiente la carita del niño,
su carita dulce vistiendo la amargura
que la muerte se ha atrevido a atizarle.

(Cuesta creer que la enfermedad te venciera, Santi).

El silencio y la pena tan grande de quienes vemos
que, acompañado, el niño sale caminando a paso rápido,
cumplido el rito,
como huyendo del coche fúnebre que vendrá detrás
ocupado por cuerpo amado
y muerte ponzoñosa.

Me pregunto, hijo, que dónde los besos,
dónde su abrazo tras llegar a la meta en las carreras ciclistas.
No hay nombre para lo que está pasando.

Y Bego que me cuenta
contesto al pequeño cuando dice dónde está papá, cuándo viene, vamos a buscarle,
con respuestas imprevistas hasta hace poco,
como que papá está volando con un ángel, ahora, ahí en el cielo.
 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué mensaje tan bonito le has enviado. Quiero creer que le ha llegado.

José Antonio Fernández dijo...

Conmueve, mucho.

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